Final Mundial Brasil 2014: Alemania se une al club de las cuatro estrellas
Alemania, siempre Alemania. El corazón de Europa, bolsillo del mundo, vuelve a ser, por méritos propios, dueña del fútbol mundial. Götze en el minuto 113 parafraseó a Iniesta para destruir los sueños de Argentina y finiquitar la secuencia perfecta del éxito alemán. Maracaná fue testigo de una final disputada, engrandecida por el esfuerzo de ambos contendientes, pero que supo premiar al mejor equipo del torneo. Años de tormento por fin recompensado para aquellos que, en demasiadas ocasiones, se habían ido con la sensación de haber tocado la gloria solo el instante anterior a que se la arrebatasen. Porque la dimensión de lo logrado por Alemania transciende el presente, más allá de la actualidad diaria o de la crónica de un Mundial, la selección de Löw ha logrado que el cetro del fútbol perviva seguro en la memoria de la excelencia.
Alemania, eterna Alemania. Desde Lahm hasta Müller, pasando por Kroos, sin olvidar a Neuer, recordando a Schweinsteiger, y Klose, siempre Klose. Mucho más que nombres, cada uno de ellos personifica una idea, la del fútbol de ataque, la de ganar por encima de todo. Pero faltaba el paso valiente hacia el éxito, cuando hubo un tiempo en que era necesario tomar riesgos. Löw, y primero Klinsmann, supieron en qué reflejo mirarse. Porque en 2002 Alemania perdía la final con Brasil, una final ansiada desde los años de la unificación, y el modelo aguerrido alemán se les murió. Llegó 2006, el Mundial en casa, y por allí ya andaban los Lahm, Schweinsteiger, Mertesacker… Pero, aunque la oportunidad perdida tambaleó su confianza, la idea sobrevivió. Faltaba un espejo en el que mirarse, y apareció España. 2008 les agarró verdes, y en 2010 el maestro derrotó al discípulo. Pero 2014 era su momento y lo han aprovechado. Aquel germen, aquella idea surgida en el 2002 y puesta en marcha en 2006 ha tocado el cielo dos mundiales después.
Alemania, gracias Alemania. Por ser el único aspirante con la convicción de que a esto se juega, metiendo más goles que el rival, por convencer al mundo de que los buenos jugadores siempre aparecen por encima de entrenadores tarugos y cobardes, por volver a meter en la madriguera de la que salieron a los ventajistas que mataron y enterraron el fútbol de toque y, sobre todo, por ser grandes en la victoria, pero aún más en la derrota.
ALEMANIA 1 – ARGENTINA 0
Pocas veces la emoción de una final del Mundial deja sitio al fútbol. Los contendientes se juegan demasiado y el miedo socava los nervios hasta del más confiado. Es por eso que suele decirse que el campeón del mundo hace su mejor partido en la semifinal. En este caso, ¡menuda diferencia! Argentina venía de dejarse el alma (a falta de fútbol) contra los holandeses. Llegó la victoria solo por la suerte de los penaltis. Por su lado, los nuevos campeones le habían enseñado a Brasil que el «Maracanazo» había sido el aperitivo a su jornada más negra. Por todo ello, la disputa de argentinos y alemanes parecía desigualada antes de que el balón comenzase a rodar, y digo parecía, porque las cábalas antes de un partido de estas características suelen ser tan inútiles como las profecías adivinatorias de cualquier médium televisivo.
Los primeros compases fueron de tanteo. Alemania intentó desplegar el fútbol de ataque que humilló a Brasil, pero pronto se dio cuenta de que la defensa argentina, a diferencia de la brasileña, sí había venido al partido. Los extremos los intentaron. La posesión fue más alterna de lo que muchos se esperaban. Cada uno desplegó sus armas a la manera que nos tienen habituados. Argentina, fiel a las órdenes del mariscal de campo Mascherano, segura atrás y rápida al contragolpe. Alemania intentó trenzar por el medio y llegar a la frontal con superioridad, pero las líneas argentinas se replegaban y formaban un embudo infranqueable. El tanque de gasolina estaba lleno en ambos conjuntos y habría que esperar que las fuerzas se fueran acabando para empezar a potenciar el error ajeno.
En medio de la aparente comodidad alemana, Toni Kroos cedió a Neuer un balón de cabeza. Higuaín debe tener el don de la invisibilidad, porque nadie se explica como la zaga alemana no se dio cuenta de la presencia impasible del argentino a sus espaldas . Al «Pipita», solo ante Neuer, la portería se le hizo minúscula y mandó el balón al lado. El delantero se habría metido bajo tierra si hubiese tenido ocasión. La grandeza del escenario, el haber casi tocado la eternidad con los dedos, o vaya usted a saber. Lo cierto es que la tuvo, y falló. Solo él creyó redimirse minutos después, pero el remate del delantero fue indicado, de forma elogiable y con total acierto, como fuera de juego por el asistente. Messi sumó otra ocasión para Argentina, que llegaba muy suelta al ataque pero a la que las ocasiones se le escapaban. Antes del descanso, Alemania no quiso marcharse sin avisar de que también estaba en Maracaná. Höwedes remató al palo e infartó a media Argentina antes de que el árbitro marcase el descanso.
Sabella debió encontrar sus razones para sacar al «Kun» por Lavezzi. Con la entrada de Agüero, el dibujo argentino se volvió más asimétrico, por lo que Messi se acomodó en la zona medular, permutando su posición desde la banda. El capitán argentino la volvió a tener ante Neuer, pero la pelota salió escorada. Y a partir de este momento, la estrella argentina desapareció. Cierto que un tipo vestido con la camiseta de Argentina y con el 10 a la espalda anduvo por el campo, pero ese no era Messi, o por lo menos, el Messi que todos conocimos. Ni Messi era ese tipo, medio ausente, medio enfurruñado, que subió a recoger el título de mejor jugador del Mundial, en la decisión más vergonzosa de la noche y que garantiza, una vez más, la futilidad de la FIFA en asuntos que tengan que ver con el fútbol. Una decisión insultante que se entiende si viene de una institución tan podrida. Al menos, al pseudo-Messi que subió a recoger el premio se le pudo haber ocurrido entregarle su premio a Neuer. Por una vez, se habría hecho justicia. Porque parece que a muchos «analistas» se les olvida que el portero también juega, y el de Alemania ha sido el mejor. No solo el mejor portero, sino el mejor jugador de este Mundial.
La prórroga demostró las pocas ganas de ambas selecciones de perder la final por un error de sus propias filas. Se levantó la bandera del mínimo riesgo. El físico tampoco ayudaba al juego que se volvió lento y previsible. Schweinsteiger se disfrazó en pelota de «pinball» para la zaga argentina, él solo recibió más golpes que alguna selección en todo el Mundial. A estas alturas, la atmósfera de los grandes momentos sobrevolaba Maracaná, negándose a que el azar, y no la justicia futbolística (y si algo así existe, más allá de la pura casualidad), designase al nuevo campeón del mundo.
Minuto 113 en Río de Janeiro. Schürrle se pega la última carrera que le queda dentro antes de caerse extenuado. Logra poner un centro a media altura que pasa entre los centrales argentinos. Por ahí aparece Götze, como salido de la nada, y acomodándose el balón con una delicadeza procelosa, engancha la volea perfecta para eludir a Romero y colarla por el palo largo. Cuatro años después, otra volea. Cuatro años después, otro gol salvador.
Amen
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