Crónica Super Bowl XLVIII (1/4)

Prolegómenos y previsiones

El pasado domingo 2 de febrero la NFL echaba el telón a la temporada 2013-2014 con la gran fiesta anual del football: la Super Bowl XLVIII. En pocas ocasiones había suscitado tanta expectación en los días previos a la final, y eran numerosas las voces autorizadas que esgrimían argumentos para considerar el partido un enfrentamiento épico digno de pasar a los libros como una de las mejores Super Bowl. Las claves estaban a la vista: el mejor ataque del año contra la mejor defensa, la ofensiva ideada por Manning frente a la secundaria más infranqueable de la liga, un pocket passer al estilo clásico y un quaterback móvil representando a la nueva hornada que ha llegado a la liga. El partido soñado por aficionados, periodistas, exjugadores, el comisionado, analistas, casas de apuestas. El resultado era imprevisible. No era nada descabellado pensar en un partido loco, con un Manning desatado en plan pistolero acumulando puntos y más puntos, mientras que la Legion of Boom se pasaría interceptando los “ducks” del quaterback rival en plena batalla de trincheras. Lynch se podría escapar en cualquier momento y acabaría recogiendo skittles en la zona de anotación rival, antes de ser tocado por la secundaria de Denver.

Además, todo estaba condicionado por el factor atmosférico. Páginas y páginas se habían escrito sobre la temperatura que iba a hacer en New York en febrero, que si Manning iba a jugar con guantes o no, que si el ataque de Broncos era el mayor perjudicado en un partido condicionado por lo elementos… Al final, y como suele suceder en estos casos, todas las previsiones saltaron por los aires y los analistas que durante esos días se habían convertido en meteorólogos improvisados, nada pudieron decir sobre la climatología. La primera Super Bowl en una ciudad fría y en estadio descubierto se disputó en una noche más que idónea para la práctica del football. No había excusas: estadio lleno, terreno perfecto, temperatura soportable… Todas las miradas estaban puestas sobre el MetLife Stadium para presenciar el partido del año. Lo que pocos podían imaginar es que no íbamos a ver un partido, sino una masacre.

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Denver llegaba avalado con todos los récords ofensivos habidos y por haber: touchdowns anotados, yardas de pase, puntos totales… La mejor temporada de un quarterback en la historia de la NFL – al menos en el plano estadístico – presagiaba un posible escenario en el que Manning sellaría su leyenda con un segundo campeonato, silenciando a sus detractores – contados por legiones – y logrando el “honor” de igualar el número de anillos de su hermano Eli. Los Broncos se habían paseado en los playoffs con una victoria sobre los Chargers y habían dominado a unos mermados Patriots que se colaron en la final de conferencia, tras una temporada repleta de lesiones. Los campeones de la Americana llegaban a New York confiados en la aplastante superioridad que su ataque había demostrado a lo largo de la temporada.

Seattle aterrizaba en la Super Bowl tras vencer a los 49ers en el mejor partido del año, una final de conferencia increíble en la que los de la bahía se quedaban a las puertas de su segunda final consecutiva. Los Seahawks habían ganado la división más dura de la liga, y en los playoffs dejaron fuera de competición a los Saints primero, y a los mencionados 49ers, después. El equipo de Carroll llegaba al MetLife Stadium con la mejor defensa de la liga en el mejor momento de la temporada, una línea capaz de meterle presión a Manning y forzarle a errores, sin olvidar los grandísimos jugadores que tendría en cobertura de pase para anular a la pléyade de receptores estrella con los que contaban los de Colorado. Su ataque, armado sobre la fuerza y elusividad de Marshawn Lynch, y la capacidad de movilidad de Wilson, se vería frente a frente con la cuestionable defensa de Broncos contra la carrera, que además, sumaba importantes bajas. Los campeones de la Nacional aterrizaban en New York con la lección de desconectar a Manning bien aprendida, y para ello habían contado con dos semanas de video, estudio y más video para descifrar a la ofensiva rival. No olvidemos que los que se encargarían de esa tarea habían sido la mejor defensa del año, la más ordenada, la más inteligente, un tipo de defensa que los Broncos no habían tenido enfrente en toda la temporada.

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Con la puntualidad propia con la que los americanos organizan este tipo de eventos, comenzó toda la parafernalia previa. Tras la versión correcta de la soprano Renée Fleming del himno norteamericano, con los habituales planos de jugadores y coaches con mirada perdida y mano en pecho, vino el “America the Beautiful” cantado por Queen Latifah y el paso de los AH-64 Apache y los UH-60 Black Hawk de la 101 Brigada de Combate Aéreo, que homenajeaban a las fuerzas armadas de la nación, y que sin echar mano de la Cabalgata de las Valkirias de Wagner parecían presagiar la aniquilación que la defensa de Seahawks iba a infligir sobre el equipo que tenía delante. Los capitanes de ambos equipos se dirigieron al centro del campo. Joe Namath, enfundado en un abrigo identificable desde Denver e incluso desde Seattle, llevó a cabo el coin toss más hilarante que hayamos visto, con un false star solo remediado por la velocidad de reacción del árbitro; una de las mejores recepciones de la noche. Los capitanes hablaban, ahora la moneda volaba de verdad, ganaba Seattle y elegía recibir en la segunda mitad. Los Broncos empezarían atacando. Los protagonistas estaban sobre el campo. Kick Off. La Super Bowl XLVIII acababa de empezar.

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Lee la segunda parte aquí



Iván "Pireo"

Deportista, espectador y aficionado. Amante de cualquier competición y del deporte americano en particular. Resignado pero orgulloso seguidor de los Detroit Lions, Indiana Pacers, Seattle Mariners y Toronto Maple Leafs. Death Valley siempre será la casa de LSU y sus Fighting Tigers. Escribo en sportsmadeinusa.com. Editor y miembro del equipo de bloginterference.com

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